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La Fernandina - Desde Cienfuegos, Patrimonio Cultural de la Humanidad

La Punta.

La Punta.

Vernáculo, en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española se refiere a doméstico, nativo, de nuestra casa o país; en el ámbito de la arquitectura, lo vernáculo no sólo distingue valores o características del patrimonio edilicio local o regional, sino que identifica lo más auténtico, lo más nacional y, por consiguiente, identitario. En el caso específico de Cienfuegos, la arquitectura vernácula se relaciona, sobre todo, con esas construcciones domésticas que, a pesar de las inclemencias del tiempo y los agentes erosivos naturales, permanecen en pie, en la zona meridional de la actual ciudad, dígase el barrio “La Punta”, cuyas características distintivas revela la Licenciada María Dolores Benet, profesora de la Escuela de Oficios para la Restauración “Joseph Tantete”: “aquellas familias burguesas, de comerciantes, adineradas que vivían en el área fundacional, cuando empieza a incrementarse la población se van trasladando hacia otros espacios citadinos, y esta zona de playa, descanso y veraneo se empieza a parcelar, finales del XIX, principios del XX, con algo, también singular y atípico: esa arquitectura en madera, de marcada influencia norteamericana, caribeña pero con el sello vernáculo cubano. Muchas de estas viviendas que, aún existen, se encargaron al sur de los Estados Unidos, desde la zona de Louisiana; se trajeron en barco y se ensamblaron en ese espacio que, desde el año 2000, ostenta la condición de Monumento Nacional por ser el conjunto mejor conservado en madera, en el país.”
Para algunos, quizás resulte contradictorio el hecho de que tanto el estilo como la procedencia de los materiales que dieron forma a la barriada, fueran foráneos, lo cual no se apega, precisamente, al significado de vernáculo: nativo, de nuestra casa o país; sin embargo, para entender el porqué se relaciona a “La Punta” con tal categoría del patrimonio construido, es preciso pensar en lo que tal conjunto histórico representa, más allá de su expresión tangible: y es que resultaría innegable, en el caso de una ciudad como Cienfuegos, pensar en “La Punta” desligada del mar y del mágico ambiente que envuelve la vida cotidiana, antes y ahora de este singular espacio citadino, a propósito de cual acota el investigador sureño, Licenciado David Martínez: “Serafín de Mazarredo fue una persona que vivió en La Punta y en sus crónicas del olvido, “Punta Gorda del olvido: de ayer a hoy”, él narra cómo los niños por la tarde esperaban a sus padres que llegaran en los botes a los muelles de las casas; recrea esa vida de La Punta, cómo las personas, a pesar de no ser familias, tenían una gran unidad, disfrute y sentido de pertenencia por ese espacio singular de la ciudad.”
A propósito de “singularidades”, “La Punta” acoge la construcción más meridional de la ciudad: “este kiosko, como también se le puede llamar, es la construcción más al sur de Cienfuegos; si usted viene por barco, es lo primero que se va a encontrar, desde donde se puede apreciar una puesta de sol divina; un lugar muy romántico, quizás influenciado por el músico Tomás Tomás D´Clouet, familia del fundador de la Colonia, y quien compra el último lote del área, el más al sur, probablemente quien la levantó y la disfrutó. En las narraciones de Serafín de Mazarredo se describe como un kiosko faro que, por la noches, servía de guía a los navegantes que venían hacia La Punta”, precisa el investigador David Martínez.
Vernácula, auténticamente cienfueguera, más hermosa por añadidura de los años, lo cierto es que en “La Punta” se sintetiza, quizás como en ningún otro espacio de la ciudad, la relación indisoluble del local con la vida marinera; mar que no sólo es para el centrosureño como lo fue para el indocubano precolombino, fuente de alimentación, sino amigo, confidente o casi siempre, protagonista de su universo espiritual. Por si no bastaran estas razones, pongamos atención a un fragmento de la cardinal Recomendación Relativa a la Salvaguardia de los Conjuntos Históricos y su Función en la Vida Contemporánea, de 1976, donde se afirma: “En una época en que la creciente universalidad de la técnicas de construcción y de las formas arquitectónicas, presentan el riesgo de crear un medio uniforme en todo el mundo, la salvaguardia de los conjuntos históricos puede contribuir (…) a mantener y desarrollar los valores culturales y sociales de cada nación, así como el enriquecimiento arquitectónico del patrimonio cultural mundial”.




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